Como madres, padres o cuidadores, sabemos que la etapa escolar no es solo una etapa de aprendizaje académico. Es también —y a veces principalmente— una etapa de crecimiento emocional, de construcción de identidad, de búsqueda de pertenencia. Es un camino lleno de descubrimientos, pero también de desafíos. Y entre ellos, el estrés escolar es uno de los más comunes… y más invisibles.
¿Tu hijo se queja con frecuencia de dolores de cabeza o estómago sin causa médica? ¿Está más irritable o retraído que de costumbre? ¿Se niega a ir al colegio con excusas que antes no usaba? Tal vez estás viendo señales de estrés, pero no has podido ponerles nombre.
Desde la psicología, entendemos que el estrés escolar no siempre se manifiesta como una gran crisis. Muchas veces, se esconde en pequeños cambios cotidianos. Lo importante es que sepamos mirar con atención, escuchar con empatía y actuar con amor.
¿Qué es el estrés escolar?
El estrés escolar es una respuesta emocional y física que aparece cuando el niño o adolescente siente que las demandas del entorno educativo —exámenes, tareas, relaciones sociales, expectativas familiares, presión por el rendimiento— superan sus recursos personales para enfrentarlas.
Y aunque una cierta dosis de estrés puede ser normal e incluso motivadora, cuando se vuelve frecuente, intenso o sostenido en el tiempo, puede afectar seriamente su bienestar emocional, su autoestima y sus ganas de aprender.
Señales de alerta: lo que el cuerpo, la conducta y las emociones nos dicen
1. Cambios físicos sin causa médica clara
El cuerpo habla cuando la mente no encuentra palabras. Si tu hijo se queja con frecuencia de dolores de cabeza, estómago, náuseas, insomnio o cansancio excesivo, es momento de mirar más allá de lo físico.
Desde la psicología psicosomática sabemos que el estrés puede somatizarse, especialmente en niños que aún no tienen herramientas emocionales o verbales para expresar lo que sienten.
2. Cambios en el estado de ánimo
Un niño que solía ser alegre y se muestra irritable, apático o más llorón de lo habitual puede estar sobrepasado emocionalmente. Del mismo modo, si se muestra más ansioso, inseguro o con miedo excesivo a equivocarse, puede estar viviendo una situación de presión escolar no verbalizada.
3. Alteraciones en el sueño o en la alimentación
Dificultades para dormir, pesadillas recurrentes o pérdida de apetito (o, por el contrario, comer en exceso de forma impulsiva) pueden ser formas de regular emociones que el niño no sabe cómo manejar conscientemente.
4. Rechazo al colegio o evasión de tareas escolares
La frase “no quiero ir al colegio” puede ser más que una simple queja. Si se repite con frecuencia o va acompañada de llanto, irritación o actitudes de evitación, es una señal clara de que algo no está bien.
Atención también si hay una caída abrupta en el rendimiento escolar, olvidos constantes de tareas, o si se “desconecta” durante el estudio.
5. Cambios en sus relaciones sociales
El estrés puede afectar también cómo un niño se relaciona con los demás. Si notas que evita a sus amigos, se aísla, o se queja de problemas con compañeros o profesores, es importante indagar. A veces, el estrés proviene más del entorno social que de las tareas escolares en sí.
¿Qué podemos hacer los padres y madres?
1. Escuchar sin juzgar
La escucha activa es una herramienta poderosa. Preguntar con genuino interés cómo se siente, qué le preocupa, cómo vive su día escolar. Evitemos las respuestas apresuradas del tipo “eso no es para tanto” o “cuando yo era niño…”.
Desde la psicología familiar sabemos que validar la emoción del niño —aunque no la compartamos— es fundamental para que se sienta acompañado.
2. Observar sin invadir
Muchas veces, nuestros hijos no nos lo dicen con palabras, pero nos lo muestran con actitudes. Estar presentes emocionalmente, aunque no estén listos para hablar, también es una forma de apoyo. A veces basta con decir: “Te noto diferente, si algún día quieres contarme, estoy acá para escucharte sin enojarme.”
3. Revisar nuestras propias expectativas
Sin querer, podemos estar presionando más de lo que creemos. Frases como “tenés que sacar buenas notas” o “yo a tu edad hacía todo solo” pueden ser vividas como exigencias difíciles de sostener.
La psicología del desarrollo nos recuerda que cada niño tiene su propio ritmo. No todos aprenden ni maduran de la misma forma ni al mismo tiempo.
4. Pedir ayuda si es necesario
Si el estrés persiste o interfiere con la vida diaria del niño, no hay que dudar en consultar a un profesional. Psicólogos infantiles, orientadores escolares o incluso los docentes pueden ser grandes aliados para comprender qué está pasando y cómo acompañar mejor.
Un mensaje final: el bienestar emocional también se educa
El colegio enseña muchas cosas, pero el hogar es donde se aprende a cuidar de uno mismo. Si como madres y padres enseñamos a nuestros hijos a reconocer lo que sienten, a ponerle nombre a sus emociones, y a pedir ayuda cuando la mochila pesa demasiado, estamos formando adultos más sanos emocionalmente.
Porque al final, lo más importante no es si sacan un 10 en matemáticas, sino si pueden decir: “Estoy triste”, “Tengo miedo”, “Necesito que me abracen”. Esa es la verdadera educación emocional.
Y ahí, nuestro rol es insustituible.




